martes, 15 de noviembre de 2011

A LA ISLA GRIEGA DE CITEREA.



Mi amada isla,
cómo añoro,
en la distancia,
cada grano de arena
que el viento
transporta en su galope.
Cómo añoro tu tierra áspera
y tus volcánicas montañas
y los verdes valles
que se inclinan
buscando una salida
por el mar.
Añoro tus vides moradas,
productoras del néctar
del dios Baco.
Cómo te añoro, amada isla,
de playas blancas
y tan luminosas
dónde la diosa Afrodita
fue adorada.
Mi isla de pescadores,
perdida en el tiempo,
condenada a ser sueño.
Quisiera ser yo el viento
para acarrear tus arenas
y tus saladas espumas
y esculpir con mi cincel
tu nombre en las rocas.
Ser el cielo turquesa
que te hace resplandecer
con su luz mediterránea.
Quisiera ser el agua
transparente y clara
que cobija a los corales
y a las algas,
el mar que surcan
los delfines.
Quisiera ser la luna
reflejada en cada cristal
de las casas blancas
que flotan en el paisaje.
Ser el eterno aroma
del rojo clavel,
o el jazmín o la rosa,
esa rosa que nos hace suspirar
al recorrer cada rincón.
Ser la verde hiedra
que se enreda
a tus muros.
Isla conquistada
y destruida.
Quisiera estar pegado
a ti eternamente
y que mis huesos
formaran parte
de tus cenizas.

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