domingo, 3 de junio de 2012


PRÓLOGO AL LIBRO ¡REALIDAD RECOBRADA! 

LA DOBLE REALIDAD


En ocasiones, los mortales vivimos un mundo idealista  y mítico al estilo en que nos lo describe Platón en el Mito de la caverna. Esta imagen que pasa por delante de nuestro cuerpo maniatado ¿no será la auténtica realidad, y lo que transita por nuestra espalda no es sino una sombra, una idea abstracta e irreal de lo que ven nuestros ojos?

Este dilema filosófico alcanza envergadura tal, que podrá envolver, desconcertándolo,  todo nuestro numerus motus secundum prius ac posterius, o  sea,  nuestro  tiempo  de  peregrinación  terrestre,  en  lapidaria   frase   de Aristóteles.
La armoniosa y profunda lírica de Irel Faustina aparece en este poemario con la desnuda crueldad, sin ataduras ni zarandajas que pudieran velar los sentimientos más puros de un alma convulsionada nacida para amar sufriendo y sufrir amando. Sus  versos, que aprisionan a quien a ellos se acerca,  no son sino lamentos  a voz en grito y, a veces, insonoros  suspiros de alivio,  reforzados con enérgicas dosis de voluntad para trasmutar   una desvanecida realidad que ha vuelto a recobrarse. Su poderío verbal impresiona cuando Irel declama esos sentimientos envuelta en  bella parafernalia, propia de una magnífica actriz que interpreta como acreditada maestra del proscenio. Ora es la sinuosa gacela que trisca airosa y retozona por verdes prados, ora se transforma en rugiente leona intimidatoria.

 Ha renacido el brillo en los ojos de nuestra poetisa. Ha recubierto su anatomía con la loriga y red de mallas de los bravos guerreros, luciendo en su  blonda cabellera la corona de laureles. Atrás, perseguidor renqueante continúa el acoso de la mítica  idea. La realidad se ha hecho tangencial y, llena de un desbordante  amor, escala posiciones, lucha contra la duda, suplica al Todopoderoso, revisa la posibilidad de aferrarse a una fe humana y, quizás, divina. Mira a la muerte de frente intentando resistirse con seria oposición al nihilismo.





Por fin, Irel, en esta admirable confesión propia o ajena, muestra un espíritu henchido de ardiente deseo de entrega al huidizo y esquivo Apolo, muestra sobrada capacidad para superar los momentos de angustia, las tediosas horas de espera, la plácida aceptación de la muerte inexorable, admitiendo que en la otra ribera los brazos abiertos del enamorado albergarán su ansiado cuerpo para fundirse  ilusionadamente en un solo cuerpo, en una única alma.

No hay tema, por muy banal que se nos pueda antojar, que no vibre en sus versos apasionados, nostálgicos, quedos, sangrantes. Esta aparente contraposición de fuego-hielo, frío-calor es una constante, comprensible siempre, en los poemas de Irel.

Nuestra consagrada poetisa se refugia, cual eremita, en la oscuridad de su soledad para reencontrarse consigo misma. Y del aura tenebrosa   van surgiendo, acompasadas, las más bellas estrofas cargadas de pasión, de dolor, de quejas y, otras veces, pletóricas de luz, alentadoras, agradecidas al amor. El amor es el eje que mueve su pluma. No lo puede evitar. Y es precisamente ese amor reencontrado el resorte que la anima a saltar de alegría, a superar la adversidad, a renacer a una nueva vida, a recobrar su fortaleza como mujer valiente en extremo  e inasequible al desaliento.
Esa fortaleza palpita en fervientes baladas   ante la ausencia del amado:

“Si tú me dijeras adiós…
me dolería, sí, te juro
que sentiría el dolor
clavado en mis entrañas…
Y después de haber derramado
todas mis lágrimas
empezaría a levantarme…
Que la vida sigue…”

Vuelve a mostrarse poderosa, decidida, superviviendo a la pérdida del amado:

“Que soy capaz de vivir
a  pesar de tu ausencia.”


La poetisa se encuentra fuerte, es una mujer curtida y ha superado mil batallas. Se ha engrandecido tras haber superado las más variopintas y agobiantes  turbulencias, Se ha convertido en estatua viva, cubierta con membrana pétrea y prosigue su andadura con incesante y pertinaz hidalguía. Ha recobrado la energía dormida.

A pesar de sus avances, de haber alcanzado la total adultez que la capacita para los más duros enfrentamientos contra lo adverso, vuelve a invocar al amor, timonel que siempre la ha conducido a las playas del Eros al que jamás ha renunciado.

“Espero tu retorno
con el anhelo abrasado,
perfumando
con ramos de azahar
los aposentos
para perder juntos
la noción del tiempo.”

REALIDAD RECOBRADA es un canto a la vida, un bello poemario que nos hace reflexionar sobre los plúrimos temas que embellecen nuestro tránsito vital o lo amargan sañudamente. Al final sólo el amor impera y doblega cualquier intento de amargarnos la existencia en este valle de lágrimas.

Abre, lector, este libro y disfruta del delicado y profundo lirismo de una de las más firmes y eruditas cultivadoras del arte de la poesía.

 
                                                        José María  López  Conesa

 



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